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Habitamos ese lugar común que dice que la patria de todo escritor es el lenguaje y defendemos también la idea de que son las palabras las que crean las naciones con mayúsculas y minúsculas. Nuestro lenguaje paga impuestos y se divierte si el equipo nacional gana un partido en el Mundial de futbol; pero se niega a ir de acarreado a una manifestación en el Zócalo o a aprenderse las diez estrofas del himno nacional. Creemos, como Borges, que la ausencia de camellos en el Corán hace de éste el libro árabe por excelencia; y sabemos, como Zaid, que Borges nunca vio los 19 que se pasean por sus páginas. Entendemos que globalización no significa universalidad; que el lenguaje total sólo puede ser particular y que la originalidad rara vez se vende en las librerías de los aeropuertos.
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